miércoles, 13 de marzo de 2013

Sesión trollaca de domingo


El pasado día 24 de febrero, se llevó a cabo la estelar proyección de Troll 2 en el Artistic Metropol, sala de referencia para Serie Zelecta. Como no podía ser de otra forma, acudimos raudos hasta el lugar de los hechos, con afán de analizar minuciosa y escrupulosamente lo que dábamos por descontado sería un deleite para nuestros instintos primarios. Y en efecto, no nos equivocamos; es más, nuestras expectativas fueron superadas con creces.



Desde prácticamente la primera escena de este trepidante film, el espectador siente que la risotada le sale casi sin querer. Uno no sabe si la película pretende ser seria o graciosa, y es ése intríngulis lo que agudiza aún más si cabe el descojone generalizado que florece entre los asistentes a semejante espectáculo.


La peli no es cutre, no... es cutrísima. Pero tiene “algo”. Incluso sin pretender ser una comedia, el jolgorio del público es tal, que merece la pena gastarse la pasta en ver un compendio de lamentables interpretaciones; hombrecillos enmascarados con grotescas mascaras, adquiridas en el bazar más cercano; adolescentes pajilleros en busca de macizas rurales; aldeanos iracundos con sed de sangre; hechiceras cachondas; y constantes gazapazos que el director no se esmeró mucho en disimular. Todo ello acompañado por una banda sonora propia de la década en la que surgió esta joyita, los 80. Sobre este último punto, creo que sobran las palabras.

El caso es que una familia media norteamericana, formada por un matrimonio, una joven adolescente choni-ochentera y un crío de 10 años bautizado cruelmente como Joshua, deciden pasar una temporada de vacaciones en un idílico pueblecito montañés, rodeado de bosques, y llamado Nilbog (Goblin escrito al revés).



Pero resulta que al bueno de Joshua se le aparece el espíritu de su difunto abuelo, fallecido seis meses atrás, el cual tiene el afable aspecto de un híbrido entre Papá Noel y David el gnomo, pero con el toque siniestro de una mirada propia de un adicto a la farlopa. Y éste le dice a Joshua que no vayan a esa zona ni de coña, que está poblada por pequeños “duendes” sin una pizca de bondad ni de buena fe. Vamos, que son unos cabrones. Joshua, acojonado por las historias que desde hace tiempo le cuenta su “yayo-espectro”, intenta advertir al resto de la familia, la cual no le toma en serio.

Por otro lado, atraído por las feromonas de la hermana mayor de Joshua, el noviete de ésta sigue a la familia en una caravana, acompañado de tres amiguetes, todos ávidos de mojar el churro. Alguno de ellos protagonizará alguna de las escenas míticas de la peli.


Cabe destacar el papel de los progenitores de Joshua. El padre, de inteligencia cuanto menos cuestionable, se alza como el cabecilla-líder de la expedición, proporcionando al espectador momentos épico-coñescos sin parangón. Por otro lado, la madre, sorprende al respetable con una interpretación mierdera como pocas se han visto antes, con un gesto imperturbable durante todo el film, dada su carencia de párpados.


Una vez allí empieza lo bueno. El pueblo entero está formado por lugareños con escasa empatía, los cuales son en realidad trolls que se camuflan bajo forma humana, y dirigidos por una bruja con brackets que habita en una choza en el bosque. Resulta que los jodíos bichos detestan el sabor de la carne y solo se alimentan de vegetales. Es por ello que les encanta convertir a los humanos en una especie de masa verde para zampárselos después. Como si no hubiese hierbajos por el bosque.

Al final, y después de un absurdo asedio a la casa donde está instalada la familia de Joshua, éste consigue acabar con los trolls gracias a un terrible y letal arma que le entrega su abuelo en una de sus múltiples visitas desde el inframundo: una hamburguesa. Si, eso es, una puta hamburguesa.



Pero sin duda las estrellas de la historia son los trolls, cuyos rostros de goma reflejan el bajo presupuesto del film. A cada cual más carismático, el asalto que acometen contra la casa donde se refugian Joshua y su familia, con saltos voladores, ataques en picado y alguna que otra colada fuera de plano, dejará anonadado al espectador. La escena estelar en la que devoran a una moza transformada en lechuga, ante el gesto de terror de un incauto jovenzuelo pasará sin duda a los anales del cutrerío en el séptimo arte.

En resumen, Troll 2 es una pieza de coleccionista, ineludible para todo buen amante del cine más bizarro. Si los hermanos Lumière levantaran la cabeza... Se descojonarían, seguro.

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